La mayor parte de los centros urbanos vierten
directamente los desagües (aguas negras o servidas) a los ríos, a los lagos y al mar.
Los desagües contienen excrementos, detergentes, residuos industriales,
petróleo, aceites y otras sustancias que son tóxicas para las plantas y los
animales acuáticos.
La contaminación hídrica o contaminación del agua es una modificación de esta,
generalmente provocada por el ser humano, que la vuelve impropia o peligrosa
para el consumo humano, la industria, la agricultura, la pesca y las
actividades recreativas, así como para los animales.
Aunque la contaminación de
las aguas puede provenir de fuentes naturales, como la ceniza de un volcán, la
mayor parte de la contaminación actual proviene de actividades humanas. El
desarrollo y la industrialización suponen un
mayor uso de agua, una gran generación de residuos, muchos de los cuales van a
parar al agua y el uso de medios de transporte fluvial y marítimo que en muchas
ocasiones, son causa de contaminación de las aguas. Las aguas superficiales son
en general más vulnerables a la contaminación de origen antrópico que las aguas
subterráneas, por su exposición directa a la actividad humana. Por otra parte,
una fuente superficial puede restaurarse más rápidamente que una fuente
subterránea a través de ciclos de escorrentía estacionales. Los efectos sobre
la calidad serán distintos para lagos y embalses que para ríos, y diferentes
para acuíferos de roca o arena y grava de arena de patos. La presencia de
contaminación genera lo que se denominan “ecosistemas forzados”, es decir
ecosistemas alterados por agentes externos, desviados de la situación de
equilibrio previa obligados a modificar su funcionamiento para minimizar la
tensión a la que se ven sometidos.
Algunas
fuentes de contaminación del agua son naturales. Por ejemplo, el mercurio que
se encuentra naturalmente en la corteza de la Tierra y en los océanos genera
contaminación de forma natural de estos. Algo similar pasa con los
hidrocarburos y con muchos otros productos.
Normalmente las fuentes de contaminación
natural son muy dispersas y no provocan concentraciones altas de polución,
excepto en algunos lugares muy concretos. La contaminación de origen humano, en
cambio, se concentra en zonas concretas y, para la mayor parte de los
contaminantes, es mucho más peligrosa que la natural.
Los factores naturales no pueden controlarse
fácilmente y pueden tener un impacto significativo sobre la calidad de una
fuente de agua. Los factores que se deben considerar son los siguientes: el clima,
las características de la cuenca, la geología, el crecimiento microbiológico y de los nutrientes,
los incendios, la intrusión salina y la estratificación térmica.
El agua que nos proporciona, en
sus distintas formas, la naturaleza, no reúne los requisitos para ser consumida
de forma directa por el ser humano, debido a la contaminación que contiene.
Para lograr la calidad satisfactoria en el agua, y que ésta sea potable, se
realizan destilaciones u otros procesos de purificación.
El agua puede contaminarse de diferentes formas, aunque la más
común en la actualidad es mediante descarga de agua servida o cloacas de áreas
urbanas en ríos y arroyos.
Otros focos de contaminación de las aguas son los desechos
orgánicos provenientes de mataderos de ganado o de aves. El procesamiento de
frutas y vegetales requiere grandes cantidades de agua para el lavado, el
pelado y blanqueado, lo que produce gran cantidad de agua servida con alto
contenido orgánico.
Estas concentraciones de materia orgánica originan un alto
porcentaje de fosfatos en el agua de los ríos o arroyos en que se descargan.
Estos fosfatos ocasionan un rápido crecimiento en la población de algas. Las
algas utilizan el oxígeno en gran cantidad, lo que hace que disminuya en el
agua la concentración necesaria de éste para permitir la respiración de los
animales acuáticos, causando su muerte.
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